Obra:
“Clara”
Calificación:
BUENA
Dramaturgia: Sofía
Wilhelmi
Dirección: Sofía
Wilhelmi
Sala: El Camarín de las
Musas (Mario Bravo 960 – CABA), los viernes a las 22:30.
Duración: 90 minutos
Elenco: Claudio Mattos,
Javier Pedersoli, Francisco Prim, Agustín León Pruzzo, Ezequiel Tronconi
Un marido desesperado cuya esposa tiene un tumor cerebral
del tamaño de un durazno necesita la ayuda de un afamado neurocirujano que ya
ha abandonado la práctica en hospitales públicos para dedicarse a la actividad
privada. El hombre ha podido reunir el 70% del costo de la operación, sólo
necesita que el médico le condone o financie el 30% restante. Detalle no menor
es que nos encontramos en pleno estallido de la crisis del 2001, factor
determinante que de alguna manera condicionará la respuesta del profesional. El
inicio de la obra está brillantemente jugado; el Dr. Gabriel Rojas (Javier
Pedersoli) y Santiago (Agustín León Pruzzo) muestran la relación despareja
entre la soberbia de algunos que saben y la humildad del que no, del que
detenta el poder y al que no le queda otra que aceptar y, este último, como es
muy consciente de ello, ya arranca la discusión con la cabeza gacha esperando
obtener alguna recompensa o un atisbo de generosidad a su obligada genuflexión.
Y así las cosas, el espectáculo parece encaminado a un drama de aquellos. Nada
que ver.
Clara es muchas
cosas, y varias innovadoras. Entre ellas, un vodevil donde las puertas se abren
y cierran generando apariciones inesperadas y enredos; lo original en este
asunto es que no se trata de la típica puerta conexión dormitorio / conexión living
/ conexión cocina de siempre, lo que vemos en escena son grandes placares de
donde salen y entran los personajes generando sorpresa en la platea. A partir
del puntapié de la primera escena, el resto es comedia muy bien jugada coronada
por risas constantes, y hasta un thriller.
El equipo actoral impacta. La veta cómica está aprovechada
por los cinco intérpretes y el texto ayuda a su lucimiento, pero es en los
otros matices en los que se destaca el oficio de los actores. Pedersoli genera rechazo
desde el vamos, pero lo hace de manera sutil e interesante; no se lo escucha
gritar, no se lo escucha insultar, y aún así se lo odia al instante y, como si
fuese poco, luego logra hacer reír, y mucho. Ezequiel Tronconi es un todo terreno,
siempre efectivo en lo que hace; en este caso compone a un encargado de
edificio chusma, chanta y homofóbico. Su irrupción a través del placard es con
un grito: a prestar atención a esa advertencia, cuando habla tranquilo y
pausado, está tratando de conseguir algo, cuando grita y maltrata, también.
Creación simpática y perversa a la vez. El tándem de Pruzzo y Claudio Mattos es
brillante; la pareja de hermanos buscando hacer justicia desde la ingenuidad
con un plan cuasi infantil no tiene desperdicio. Son dos personajes buenos
jugando a ser violentos; la metáfora vale para los millones de argentinos que
en el 2001 (y también antes y después, la verdad sea dicha) se encontraron en
situaciones de desesperación, en la realidad del “sálvese quién pueda” y que
trataron de jugar ese juego ajeno de la mejor manera posible. La empatía es
inmediata, y la conexión perfecta. Santiago (Pruzzo) es el esposo suplicante,
el hombre indignado, el justiciero ingenuo y el hermano compinche, todo
atravesado con absoluta verdad y gracia. El personaje que compone Mattos es
hilarante; Abel, criatura casi intertextual, es un actor amateur al cual
Patricia Palmer ya ha echado tres veces de su escuela de teatro tal vez porque todavía
no logra llorar en escena. Santiago Fondevila (en esta función en remplazo de
Francisco Prim) juega un enamorado inestable e inseguro con solvencia y
simpatía.
El trabajo de Sofía Wilhelmi en la dirección es muy
bueno; la obra no pierde ritmo ni un segundo en la hora y media de duración;
todo lo que pasa en escena es dinámico y medido. La escenografía es un factor
clave para la narración y fue estupenda y originalmente resuelta por José
Escobar. El texto es rico en su prosa; algo de absurdo, algo de drama, algo de
vodevil, algo de suspenso, algo de grotesco. La reflexión con respecto a la
diversidad y la tolerancia es tal vez un poco obvia; la obra transita por mucho
subtexto y esta crítica se refleja de manera demasiado expuesta y desafina un
poco. También se extraña aunque sea unos segundos más (pequeño, breve, sutil)
alguna referencia al conflicto inicial, que verdaderamente es muy pero muy
potente y después queda un poco desdibujado.
Clara también
puede ser leída como La Venganza de los Buenos. O de los marginados. O de los
que tenemos problemas y hacemos lo que podemos. También de todos los que
estábamos en la sala viendo Clara, porque
hoy por hoy no deja de ser increíble, como dice sabiamente el personaje de
Abel, “la cantidad de gente con problemas
que se acerca al teatro”.
Alberto
Maffía,
para “A M
CRÍTICA TEATRAL”
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