domingo, 19 de enero de 2020

"Clara", de Sofía Wilhelmi


Obra: “Clara”

Calificación: BUENA
Dramaturgia: Sofía Wilhelmi
Dirección: Sofía Wilhelmi
Sala: El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960 – CABA), los viernes a las 22:30.
Duración: 90 minutos
Elenco: Claudio Mattos, Javier Pedersoli, Francisco Prim, Agustín León Pruzzo, Ezequiel Tronconi
            
           Un marido desesperado cuya esposa tiene un tumor cerebral del tamaño de un durazno necesita la ayuda de un afamado neurocirujano que ya ha abandonado la práctica en hospitales públicos para dedicarse a la actividad privada. El hombre ha podido reunir el 70% del costo de la operación, sólo necesita que el médico le condone o financie el 30% restante. Detalle no menor es que nos encontramos en pleno estallido de la crisis del 2001, factor determinante que de alguna manera condicionará la respuesta del profesional. El inicio de la obra está brillantemente jugado; el Dr. Gabriel Rojas (Javier Pedersoli) y Santiago (Agustín León Pruzzo) muestran la relación despareja entre la soberbia de algunos que saben y la humildad del que no, del que detenta el poder y al que no le queda otra que aceptar y, este último, como es muy consciente de ello, ya arranca la discusión con la cabeza gacha esperando obtener alguna recompensa o un atisbo de generosidad a su obligada genuflexión. Y así las cosas, el espectáculo parece encaminado a un drama de aquellos. Nada que ver.
            Clara es muchas cosas, y varias innovadoras. Entre ellas, un vodevil donde las puertas se abren y cierran generando apariciones inesperadas y enredos; lo original en este asunto es que no se trata de la típica puerta conexión dormitorio / conexión living / conexión cocina de siempre, lo que vemos en escena son grandes placares de donde salen y entran los personajes generando sorpresa en la platea. A partir del puntapié de la primera escena, el resto es comedia muy bien jugada coronada por risas constantes, y hasta un thriller.
            El equipo actoral impacta. La veta cómica está aprovechada por los cinco intérpretes y el texto ayuda a su lucimiento, pero es en los otros matices en los que se destaca el oficio de los actores. Pedersoli genera rechazo desde el vamos, pero lo hace de manera sutil e interesante; no se lo escucha gritar, no se lo escucha insultar, y aún así se lo odia al instante y, como si fuese poco, luego logra hacer reír, y mucho. Ezequiel Tronconi es un todo terreno, siempre efectivo en lo que hace; en este caso compone a un encargado de edificio chusma, chanta y homofóbico. Su irrupción a través del placard es con un grito: a prestar atención a esa advertencia, cuando habla tranquilo y pausado, está tratando de conseguir algo, cuando grita y maltrata, también. Creación simpática y perversa a la vez. El tándem de Pruzzo y Claudio Mattos es brillante; la pareja de hermanos buscando hacer justicia desde la ingenuidad con un plan cuasi infantil no tiene desperdicio. Son dos personajes buenos jugando a ser violentos; la metáfora vale para los millones de argentinos que en el 2001 (y también antes y después, la verdad sea dicha) se encontraron en situaciones de desesperación, en la realidad del “sálvese quién pueda” y que trataron de jugar ese juego ajeno de la mejor manera posible. La empatía es inmediata, y la conexión perfecta. Santiago (Pruzzo) es el esposo suplicante, el hombre indignado, el justiciero ingenuo y el hermano compinche, todo atravesado con absoluta verdad y gracia. El personaje que compone Mattos es hilarante; Abel, criatura casi intertextual, es un actor amateur al cual Patricia Palmer ya ha echado tres veces de su escuela de teatro tal vez porque todavía no logra llorar en escena. Santiago Fondevila (en esta función en remplazo de Francisco Prim) juega un enamorado inestable e inseguro con solvencia y simpatía.
            El trabajo de Sofía Wilhelmi en la dirección es muy bueno; la obra no pierde ritmo ni un segundo en la hora y media de duración; todo lo que pasa en escena es dinámico y medido. La escenografía es un factor clave para la narración y fue estupenda y originalmente resuelta por José Escobar. El texto es rico en su prosa; algo de absurdo, algo de drama, algo de vodevil, algo de suspenso, algo de grotesco. La reflexión con respecto a la diversidad y la tolerancia es tal vez un poco obvia; la obra transita por mucho subtexto y esta crítica se refleja de manera demasiado expuesta y desafina un poco. También se extraña aunque sea unos segundos más (pequeño, breve, sutil) alguna referencia al conflicto inicial, que verdaderamente es muy pero muy potente y después queda un poco desdibujado.
            Clara también puede ser leída como La Venganza de los Buenos. O de los marginados. O de los que tenemos problemas y hacemos lo que podemos. También de todos los que estábamos en la sala viendo Clara, porque hoy por hoy no deja de ser increíble, como dice sabiamente el personaje de Abel, “la cantidad de gente con problemas que se acerca al teatro”.
Alberto Maffía,
para “A M CRÍTICA TEATRAL”  


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