martes, 21 de enero de 2020

"La casa de las palomas", de Victoria Hladilo


Obra: “La casa de las palomas”

Calificación: BUENA
Dramaturgia: Victoria Hladilo
Dirección: Victoria Hladilo
Sala: El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960 – CABA), los domingos a las 21:00.
Duración: 65 minutos
Elenco: Emiliano Díaz, Victoria Hladilo, José María Marcos, Mercedes Quinteros, Roxana Randón, Manuel Vignau.
            
             En el año 2020 tildar a una familia de disfuncional es casi una redundancia, y hasta un insulto. La connotación de este adjetivo tan particular es negativa, es defectuosa, pero lo cierto es que cada vez que nos invitan a ver una puesta sobre “la disfuncionalidad de la familia” terminamos viéndonos a nosotros, a nuestros vínculos y a la forma que tenemos de conectarnos a los nuestros lo mejor que podemos y lo mejor que sabemos. La casa de las palomas es ese tipo de obra; sencilla, familiar, dolorosa, nostálgica, intensa, y hasta cómica.
            Los entretelones de los grandes festejos siempre muestran la cara menos maquillada de la realidad; eso sucede en la cocina del salón de eventos que ha alquilado Paula para festejar el cumpleaños de su hijo Dante. En este espacio van a convivir durante algo más de una hora la anfitriona, su esposo, sus padres, la empleada y el animador. Los conflictos que se dan entre los personajes son muchos y muy bien construidos. Por lo general este tipo de subgénero teatral funciona como un muestrario de dramas y miserias que terminan sin definirse y quedando sólo en la mera enunciación; eso no sucede en esta obra, todo lo que se propone se cuenta, se define, se entiende y tiene un sentido. La dramaturgia de Hladilo es brillante y el punto más fuerte del espectáculo; cada parlamento que se escucha es un placer y, al mismo tiempo, es autosuficiente, tanto por el sentido como por la poesía misma.
            Victoria Hladilo (Paula) navega su propio texto con naturalidad, conoce los matices de cada frase y los aprovecha. Mercedes Quinteros (Ely) es la empleada, personaje lúcido de la historia. Sabe todo lo que sucede, siempre ha observado en silencio sin que nadie la registre; ella es ese familiar alquilado al que por un lado se lo acerca a la intimidad diciéndole que es necesario al momento de soplar las velitas como uno más del clan y, por el otro, se lo obliga a ponerse un atuendo mucameril para que quede bien claro quién es quién en el festejo. Muy interesante personaje y muy interesante actriz. José María Marcos (Emilio) es el padre de Paula; a pesar de llevar gran peso de la carga dramática, tiene un oído afiladísimo para la comedia. La caracterización de Manuel Vignau (Lucho) como el animador es estupenda; esa energía casi zen y al mismo tiempo dinámica que poseen estos entretenedores de fiestas infantiles se plasmó a la perfección.
Párrafo aparte merece la inmensamente bella escena en la que se interpreta en guitarra “Ay mi palomita”; por ver sólo esos tres minutos vale la pena toda la obra, haber pagado la entrada y hasta haberse tomado un taxi.  
            La dirección de Hladilo es muy buena, la obra no pierde ritmo ni por un segundo. El diseño de escenografía de Vignau es interesante y está bien resuelto, casi un lujo para una producción off.
            La casa de las palomas es una obra acertada hasta en el título y funciona como gran analogía general ya que todos, absolutamente todos, somos capaces de violencia intraespecífica. Y también todos sabemos leer. Como las palomas.
Alberto Maffía,
para “A M CRÍTICA TEATRAL”

domingo, 19 de enero de 2020

"Clara", de Sofía Wilhelmi


Obra: “Clara”

Calificación: BUENA
Dramaturgia: Sofía Wilhelmi
Dirección: Sofía Wilhelmi
Sala: El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960 – CABA), los viernes a las 22:30.
Duración: 90 minutos
Elenco: Claudio Mattos, Javier Pedersoli, Francisco Prim, Agustín León Pruzzo, Ezequiel Tronconi
            
           Un marido desesperado cuya esposa tiene un tumor cerebral del tamaño de un durazno necesita la ayuda de un afamado neurocirujano que ya ha abandonado la práctica en hospitales públicos para dedicarse a la actividad privada. El hombre ha podido reunir el 70% del costo de la operación, sólo necesita que el médico le condone o financie el 30% restante. Detalle no menor es que nos encontramos en pleno estallido de la crisis del 2001, factor determinante que de alguna manera condicionará la respuesta del profesional. El inicio de la obra está brillantemente jugado; el Dr. Gabriel Rojas (Javier Pedersoli) y Santiago (Agustín León Pruzzo) muestran la relación despareja entre la soberbia de algunos que saben y la humildad del que no, del que detenta el poder y al que no le queda otra que aceptar y, este último, como es muy consciente de ello, ya arranca la discusión con la cabeza gacha esperando obtener alguna recompensa o un atisbo de generosidad a su obligada genuflexión. Y así las cosas, el espectáculo parece encaminado a un drama de aquellos. Nada que ver.
            Clara es muchas cosas, y varias innovadoras. Entre ellas, un vodevil donde las puertas se abren y cierran generando apariciones inesperadas y enredos; lo original en este asunto es que no se trata de la típica puerta conexión dormitorio / conexión living / conexión cocina de siempre, lo que vemos en escena son grandes placares de donde salen y entran los personajes generando sorpresa en la platea. A partir del puntapié de la primera escena, el resto es comedia muy bien jugada coronada por risas constantes, y hasta un thriller.
            El equipo actoral impacta. La veta cómica está aprovechada por los cinco intérpretes y el texto ayuda a su lucimiento, pero es en los otros matices en los que se destaca el oficio de los actores. Pedersoli genera rechazo desde el vamos, pero lo hace de manera sutil e interesante; no se lo escucha gritar, no se lo escucha insultar, y aún así se lo odia al instante y, como si fuese poco, luego logra hacer reír, y mucho. Ezequiel Tronconi es un todo terreno, siempre efectivo en lo que hace; en este caso compone a un encargado de edificio chusma, chanta y homofóbico. Su irrupción a través del placard es con un grito: a prestar atención a esa advertencia, cuando habla tranquilo y pausado, está tratando de conseguir algo, cuando grita y maltrata, también. Creación simpática y perversa a la vez. El tándem de Pruzzo y Claudio Mattos es brillante; la pareja de hermanos buscando hacer justicia desde la ingenuidad con un plan cuasi infantil no tiene desperdicio. Son dos personajes buenos jugando a ser violentos; la metáfora vale para los millones de argentinos que en el 2001 (y también antes y después, la verdad sea dicha) se encontraron en situaciones de desesperación, en la realidad del “sálvese quién pueda” y que trataron de jugar ese juego ajeno de la mejor manera posible. La empatía es inmediata, y la conexión perfecta. Santiago (Pruzzo) es el esposo suplicante, el hombre indignado, el justiciero ingenuo y el hermano compinche, todo atravesado con absoluta verdad y gracia. El personaje que compone Mattos es hilarante; Abel, criatura casi intertextual, es un actor amateur al cual Patricia Palmer ya ha echado tres veces de su escuela de teatro tal vez porque todavía no logra llorar en escena. Santiago Fondevila (en esta función en remplazo de Francisco Prim) juega un enamorado inestable e inseguro con solvencia y simpatía.
            El trabajo de Sofía Wilhelmi en la dirección es muy bueno; la obra no pierde ritmo ni un segundo en la hora y media de duración; todo lo que pasa en escena es dinámico y medido. La escenografía es un factor clave para la narración y fue estupenda y originalmente resuelta por José Escobar. El texto es rico en su prosa; algo de absurdo, algo de drama, algo de vodevil, algo de suspenso, algo de grotesco. La reflexión con respecto a la diversidad y la tolerancia es tal vez un poco obvia; la obra transita por mucho subtexto y esta crítica se refleja de manera demasiado expuesta y desafina un poco. También se extraña aunque sea unos segundos más (pequeño, breve, sutil) alguna referencia al conflicto inicial, que verdaderamente es muy pero muy potente y después queda un poco desdibujado.
            Clara también puede ser leída como La Venganza de los Buenos. O de los marginados. O de los que tenemos problemas y hacemos lo que podemos. También de todos los que estábamos en la sala viendo Clara, porque hoy por hoy no deja de ser increíble, como dice sabiamente el personaje de Abel, “la cantidad de gente con problemas que se acerca al teatro”.
Alberto Maffía,
para “A M CRÍTICA TEATRAL”  


miércoles, 8 de enero de 2020

"Caníbal", de Sebastián Suñé


Obra: “Caníbal”

Calificación: MUY BUENA
Dramaturgia: Sebastián Suñé, sobre una idea de Sebastián Holz.
Dirección: Corina Fiorillo
Sala: Teatro El Picadero (Enrique Santos Discépolo 1857, CABA), los lunes a las 20:30.
Duración 75 minutos
Elenco: Sebastián Holz, Dolores Ocampo y Belén Pasqualini.
           
            La obra presenta la estructura de un music hall donde encontramos casi una decena de escenas atravesadas por la temática “caníbal”. A no aguardar inútilmente la aparición de Hannibal Lecter ya que de ser así, el espectador quedará decepcionado; a lo sumo tendrá que conformarse con el brillante número de “La niña caníbal”, que les juro no es poca cosa. Acá la metáfora le gana a la antropofagia y somos espectadores del hombre como lobo del hombre; así veremos, entonces, como el psicoanálisis, las relaciones tóxicas, la religión y el capitalismo, en determinados momentos, tienen las fauces bien abiertas para devorarnos o, tal vez, nosotros seamos partes del sistema y seamos los devoradores. Las reflexiones a las que nos invita su autor, Sebastián Suñé, son más que interesantes.
            Los intérpretes son arrolladores; imposible destacar su punto fuerte porque todo lo hacen bien. La energía que Sebastián Holz, Dolores Ocampo y Belén Pasqualini despliegan en el escenario es electrizante. Los temas que se abordan son fuertes y ellos los transforman en potentes y conmovedores. Si bien la exposición de la fagocitación en la pareja no aporta nada nuevo (a esta altura ya se ha dicho y visto todo miles de veces), donde la obra adquiere su vuelo comprometido y revelador es cuando se adentra en lo social, verdadero punto fuerte del espectáculo, y allí es cuando recibimos el cachetazo del número sobre “La ira del capital” o se nos advierte sobre nuestra hipocresía cuando nos permitimos cualquier tipo de aberración pero “nos horroriza comer carne humana”. De todas maneras, y a pesar de la densidad temática, el espectáculo no pierde risas y, en algunos casos, simpatía, como la innovadora manera de denunciar las redes sociales y nuestra celudependencia.
            La puesta de Corina Fiorillo es acertada e imprescindible; hacer que los tres volcanes que tiene en escena permanezcan en estado activo pero sin entrar en erupción y cometer un desastre es de perfección milimétrica. Mismo trabajo realizó Juan Diego Bros al poner la exquisita coreografía del número final. Los instrumentos de Carlos Britez, Mario del Risco y Clement Silly sonaron perfectos y diáfanos, y tal vez merecerían algún minuto de lucimiento solista. El escenario, demasiado vacío.
            El espectáculo se disfruta de punta a punta. CANÍBAL es plato exquisito servido por tres anfitriones de lujo.
Alberto Maffía,
para “AM CRÍTICA TEATRAL”